A propósito del comentario que mi querida amiga Patri ha dejado en esta sección, me permito apuntar una reflexión.
Decía el filósofo Martín Heidegger que existe una relación negativa que todos tenemos en nuestra vida: con el 'Das man', 'el Se', con la impersonalidad, la vinculación con la masa amorfa y anónima de la sociedad. Esta relación nos condiciona a existir tal como el cauce de la sociedad nos impone (modas, convenciones, valores, etc.). Ello nos lleva a no construir un sentido propio a nuestra vida, a no trazarnos finalidades valiosas para nosotros mismos (no para los demás, como esos 'valores' tan pregonados del 'éxito', el lucro, la delgadez, etc.). Lo anterior implica que nuestra existencia carece de un sentido auténtico, nos conformamos con sobrevivir, con seguir directrices extrínsecas que ni siquiera comprendemos.
Con frecuencia, esto se correlaciona también con dos circunstancias negativas, absurdas: nuestra condición de Sísifos, es decir, que como aquel condenado que cargaba una pesada piedra hasta lo alto de una colina, sólo para ver cómo la roca volvía al pie de la montaña una vez cumplida la hazaña, nos afanamos por alcanzar metas impuestas, extrínsecas, deseos vanos y superfluos, efímeros, intrascendentes, que como el juguete nuevo de un niño, sólo tienen encanto en el instante mismo de lograrlas, pero pierden rápidamente su valor, forzándonos a alcanzar nuevas metas igualmente vanas. En este sentido, como bien afirmó Buda: la vida es sufrimiento y su causa es el deseo.
La segunda circunstancia se vincula con la anterior: nos regocijamos en lo superfluo y efímero, sin tomar consciencia de que 'vanitas vanitatum, et omnia vanitas' (vanidad de vanidades, y todo es vanidad; Eclesiastés 1, 2). Es decir, vemos los bienes de este mundo como fines en sí mismos, nos olvidamos que nacimos desnudos y que seremos polvo luego de morir; no asimilamos que los bienes de este mundo son medios que debemos administrar en pos de los fines legítimos y positivos de nuestra existencia.
Vuelvo al punto inicial: nuestra existencia no puede ni debe limitarse a contentarnos con sobrevivir, con hacer lo que 'se hace', con pensar alienadamente, con alcanzar metas impuestas y vanas, sino que debemos forjarle un sentido sublime, consciente, valioso, trascendente, esencial en función del cual adecuaremos todos los demás elementos de nuestra vida como medios eficaces. Podríamos decir: 'ese fin es muy sencillo: se llama felicidad'. Sí, es verdad, pero ¿qué significa concretamente este ideal?
Mi invitación es para que reflexionemos sobre el contenido específico que damos a este valor supremo, a la felicidad, a la realización personal. ¿Qué significa para nosotros?, ¿es legítimo nuestro afán?, ¿no afecta a otros?, ¿edifica y perfecciona nuestra existencia, o en cambio, la destruye y corrompe? Sólo si nos emancipamos de las imposiciones impersonales extrínsecas, si nos forjamos un sentido firme y consciente de nuestra existencia, podremos autentificar nuestra vida, vivir realmente, y no sólo contentarnos indignamente con sobrevivir.
Saludos cordiales a todos.